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27 marzo 2014

Cuando le pegas a un árbitro, me pegas a mí (artículo en Quality Sport)

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Cuando le pegas a un árbitro, me pegas a mí 

(artículo en Quality Sport)



Pues no,si hijo de puta es el árbitro, también es tu delantero. Los dos son humanos, los dos han cometido un error.

Es cosa de los presidentes, entrenadores, jugadores y aficionados de todos los equipos, por muy modestos que sean, defender a los árbitros. Todos tienen la responsabilidad.

Cuando le pegas a un árbitro, me pegas a mí (artículo en Quality Sport)

Con el propósito de “no hablar mal de los árbitros” e “iniciar una campaña de sensibilización”, la revista Quality Sport ha publicado un genial artículo de Pablo Berraondo que reproducimos a continuación.
Cuando pegas a un árbitro, me pegas a mí. Cuando insultas a un árbitro, me insultas a mí. No hay más. Ya está bien. Hace tiempo que hemos traspasado los límites, y ya va siendo hora de reaccionar y proteger al colectivo arbitral. Los últimos acontecimientos, bochornosos, con la paliza infame a un colegiado en un encuentro de¡¡¡prebenjamines!!!, y el ingreso hospitalario de otro árbitro en Madrid agredido en un partido de 3ª aficionados, todo en un fin de semana, dejan en evidencia al mundo del fútbol.
“Hijo de puta”, se escucha cuando un árbitro comete un error. “Uuuuuuuy”, se escucha desde la grada cuando el delantero local falla un gol cantado. Pues no,si hijo de puta es el árbitro, también es tu delantero. Los dos son humanos, los dos han cometido un error. ¿Cuál es la diferencia? Llámale “hijo de puta” también a tu portero, cuando se come un balón que le cuesta un gol a tu equipo. ¿No sería lo mismo?
Obviamente, doy por hecho que este artículo lo estará leyendo gente de bien y no monos cavernícolas que piensen que estoy invitando a insultar a todo hijo de vecino en un partido de fútbol. Desde el respeto debe nacer todo. Si no nos respetamos, más allá de colores, de banderas, de errores y de resultados, estamos perdidos como sociedad.
Puede que a los árbitros profesionales haya que exigirles rigor y excelencia. Se sobreentiende su honestidad, fuera de toda duda. Ocho ojos deben ver prácticamente todo lo que pasa en el terreno de juego durante 90 minutos. Pero ahora, les pido un ejercicio de empatía. Imagínense. Día lluvioso. Frío. Mucho frío. Siete de la tarde. Luz artificial, ya ha caído la noche y está oscuro. Campo de barro casi impracticable. Líneas bancas desdibujadas. Partido de Regional con jugadores entre 18 y 35 años. ¡Un único árbitro! No es una escena puntual, es más que habitual en los campos del norte de España. Pues bien, ese árbitro tiene que escuchar desde la grada y desde el campo constantemente como le llaman “hijo de puta”, porque no ve bien todos los fueras de juego (¿cómo cojones los va a ver si está solo y fijándose en mil detalles del juego?), porque no ve agresiones cuando no está el balón en disputa (¿cómo los va a ver si tiene que fijarse en el balón?), porque no ve bien un balón dudoso de haber salido por la banda (¿cómo la va a ver si no lo saben ni los propios jugadores?)… Y así un sin fin de acciones. Pero claro, el árbitro es un “hijo puta”. “¡Qué malo es!”. Se acabó la argumentación.
Miren, los árbitros, hasta que no llegan a profesionales, también están aprendiendo y no sólo pueden sino que deben cometer errores. Algunos de bulto, sí, porque es así como se aprende. Y no sólo no debemos juzgarlos sino que estamos en la obligación de ayudarlos. Máxime si somos amantes de ese deporte al que llamamos fútbol.
Es cosa de los presidentes, entrenadores, jugadores y aficionados de todos los equipos, por muy modestos que sean, defender a los árbitros. Todos tienen la responsabilidad. Y ahora imagínense ese partido lluvioso, helado con el pitido final, encarrilando los vestuarios prefabricados, en los que te espera la soledad, la puyita del delegado local y visitante cuando van a firmar el acta, los insultos que se escuchan desde el vestuario, y una ducha que no acaba de estar caliente nunca. Un sobre con cuatro duros y a casa. Mirando el móvil y huyendo de miradas nada cómplices de padres, madres y jugadores que se agolpan a la salida.
Lo mismo con el fútbol profesional. Los futbolistas deberían ser más compañeros entre ellos, más deportivos. Los entrenadores deberían callar siempre por mucho que les haya perjudicado el arbitraje. Los presidentes deberían dar ejemplo. Todo el mundo del fútbol debería defender al estamento arbitral que, por cierto, mejora año tras año.
Y la tecnología, hasta donde puede llagar bienvenida sea, pero sin pasarse. Porque el fútbol no sería fútbol sin los lunes. Es decir, el fútbol no sería fútbol sin los árbitros.
A partir de ahora, cuando les enfurezca un error del árbitro, piensen que es su hijo fallando un gol cantado, y entonces, sólo entonces, si forman parte de la involución humana y están más cerca del paleolítico que de este mundo, atrévanse a decir : “árbitro, hijo de puta”.
Los medios de comunicación también tenemos responsabilidad en el asunto. Ya está bien que el centro de una derrota sea el árbitro o que se caliente la previa de un partido por la designación arbitral. Se puede hablar del arbitraje, claro que sí, pero siempre desde el respeto y la crítica constructiva y no desde la destrucción como se ha puesto de moda. Desde Quality Sport queremos dar ejemplo y nos comprometemos a no hablar mal de los árbitros y a respetar al colectivo arbitral siempre. Ojalá no seamos el único medio y comience aquí una buena campaña de sensibilización.

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