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12 junio 2013

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Entrevistas    

Pedro García Aguado: “La retirada del deportista profesional es complicada, el deporte es como una droga”

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Pedro García Aguado para Jot Down 1
 
Durante la preparación de los Juegos de Barcelona 92, habría disciplinas con una preparación más dura que el waterpolo, pero seguro que ninguna tuvo unos entrenamientos tan salvajes y brutales. Hubo jugadores a los que se les caían las uñas de los pies tras las carreras y ejercicios militares que impuso Dragan Matutinovic. La selección logró llegar así a la final, contra la Italia del ‘Setebello’, pero perdió después de tres prórrogas agónicas con pelea incluida fuera del agua. Parecía una derrota apocalíptica y, sin embargo, fue la semilla de los éxitos históricos de aquella generación, los oros de Atlanta y Perth. No en vano teníamos a Jesús Rollán, el mejor portero del mundo, y a Manel Estiarte, el Maradona del waterpolo, el mejor jugador de la historia. Pedro García Aguado convivió con ellos, fue su amigo. Charlamos con él para que nos transmita la épica de este deporte que suele pasar inadvertido en los grandes medios. Pedro habla sin complejos, sin reservas. De hecho, en 2008 escribió un libro, Mañana lo dejo, confesando su adicción a la cocaína. Durante su carrera deportiva, sorprendentemente, llevó una vida de rock star plagada de excesos. Pagó las consecuencias. Ahora, rehabilitado, presenta un programa de ayuda a familias con hijos conflictivos.

 
Desde que entraste por primera vez en una piscina las condiciones fueron difíciles.
 
Sí, en las piscinas del Cuartel de la Montaña, donde aprendí a nadar, había un señor que tenía un tic en la cabeza —Antonio se llamaba—, que te ponía una especie de gancho en el agua, te tirabas y tenías que alcanzarlo. Recuerdo que él lo quitaba. Estuve un año ahí, pero el segundo lloraba demasiado y me tuvieron quitar. Entonces me puse a jugar a la pelota. Fue duro. Yo veía a los niños que seguían con él llorar mucho.
 
Y en el waterpolo te esperaba Mariano García, uno de los entrenadores más duros.
 
Mariano García, en la escuela madrileña de waterpolo, fue la persona que más me enseñó a luchar contra la adversidad, a superar los momentos difíciles. Pero también tenía una técnica especial, era un tío muy de derechas, te motivaba con frases tipo “¡venga, mierdas, que no valéis para nada!”. Si eras un tío de personalidad fuerte, aguantabas. Si el waterpolo o el deporte no era lo tuyo, lo dejabas.
 
Para él era más importante la fuerza que demostrabais en un partido que el resultado.
 
Su modelo eran los países del Este. Rusos, alemanes orientales, yugoslavos. Toda esa gente eran sus ídolos y decía que nosotros, los españoles, éramos unos mierdas. Los españoles, con el cuerpecillo que teníamos, éramos muy delgados. Los rusos en cambio tenían una cabeza y unas espaldas enormes. Lo que nos quería inculcar era que, aun siendo pequeñitos y flojos, teníamos que ser capaces de ganarle a cualquiera si jugábamos bien, pero evidentemente había que ser duro. Y si te daban, devolverla. O ser listo para que no te cogieran. El waterpolo es un deporte de contacto, no puedes ir en plan “reina”, decía él. Tenías que ir en plan ¡hombres! ¡España! [risas]. Era muy divertido estar con Mariano. Sobre todo cuando venía mamao.
Había momentos en los que venía como excitado. Tenía ejercicios como ponernos a luchar por la pelota a los que peor nos llevábamos personalmente. Hacíamos rugbypolo. En waterpolo, si te ponen la mano encima, se pita falta. Aquí, nada. Era una lucha contra el otro y contra ti mismo, contra tus propios miedos. Era un ejercicio brutal. Y después del uno contra uno, echábamos un partido en el que no podías lanzar la pelota a portería para meter gol, tenías que plantarla en el otro bordillo con la mano. Si perdías, tenías que bucearte la piscina entera. Y si salías a respirar, los que habían ganado estaban fuera esperándote para tirarte balonazos en la cabeza. En fin, nos enseñaba a ser muy pícaros. A este deporte no puedes jugar si no eres pícaro. Así aprendes a ganar. Si pierdes, no te llevas el palo. El objetivo era no tener miedo al adversario y sobre todo meterte esa sensación de que tienes que poder pase lo que pase.
 
Pero le teníais miedo.
 
Claro, porque los entrenamientos no eran de una hora y
media
en el agua jugando. Era sufrir, echar el hígado. Entonces le tenías algo de miedo, pero luego le cogías cariño, no sé si por síndrome de Estocolmo o qué, bestial.
Os llevaba a la Casa de Campo a cortar troncos.
 
Eso era maravilloso. No era cortar troncos. Mariano era máster en INEF, en Educación Física, y pensaba que lo que más fuerte había que tener eran los hombros. Entonces nos ponía un circuito de varias estaciones en un tronco caído. Había que golpear al árbol con hachas de dos o de doce kilos. Siempre repitiendo los movimientos que ibas a hacer luego en la piscina, lanzando o tirando de revés. Era espectacular, se te ponían los hombros… Claro, él sufría. Yo tenía 12 años cuando iba con los troncos y las hachas. Nos pedía: “Por favor, no te cortes un pie que tu padre me mata”. Pero era impresionante llegar allí y ver a siete tíos dando hachazos. Era bueno, porque ese ejercicio te exigía estar muy centrado. Le gustaban los entrenamientos outsider, fuera del gimnasio. Los últimos equipos que ha cogido levantaban ruedas de tractor.
 
Los padres pensaban que estaba loco.
 
Sí, había padres que sí, pero luego son los que me llaman para educar a sus hijos. Padres blanditos. Hombre, yo a mis hijas no me las llevo a cortar troncos, pero cierta presión y algo de dificultad en tu vida tienes que tener. Estar con Mariano me sirvió para superar las adversidades que he sufrido más adelante. Aunque el problema era más que nada que Mariano insultaba mucho, cada dos minutos. Había padres a los que eso no les gustaba. Pero toda la generación importante del waterpolo salió de sus manos.
 
¿Qué opinas de la polémica que ha surgido recientemente con los métodos de entrenamiento de Anna Tarrés?
 
Cada entrenador hace lo que sabe y como sabe. Esa forma de entrenar de Anna puede afectar a los más sensibles, mientras que a otros nos venía bien. No se puede juzgar. No creo que ella lo hiciera con la intención de hacer daño a nadie. Pero no he estado en ese equipo de sincronizada. No me veo con un bañador así [risas]. Estuve con lo mío y a nosotros, tanto Mariano como Matutinovic después, fueron duros pero nos vinieron bien.
 
Cuando jugabais contra los catalanes alucinaban con vuestra agresividad.
 
Con la selección castellana de waterpolo íbamos allí y arrasábamos. En Madrid no había clubs tan fuertes como para tener varios equipos de infantiles o juveniles, entonces competíamos como selección castellana contra el Barcelona o el Barceloneta. Y luego también había una selección catalana o aragonesa, pero nosotros les dábamos un repaso a todos. Éramos muy guerreros. Los catalanes entrenaban dos veces al día. Primero nadaban y luego hacían una cosa que se llamaba el taquigol. Ponerse alrededor de la portería con una pelota y lanzar. Al cabo de dos minutos, volvías a lanzar cuando te tocaba. Con Mariano nosotros hacíamos 150, 200 o 500 lanzamientos en cada sesión. Eran diferentes formas de entrenar. Luego, cuando fuimos a jugar con ellos, en Cataluña, pensábamos que lo que hacían no valía para nada. Los de Madrid tuvimos que meternos en una escuela de alto rendimiento que montaron porque nos encantaba sufrir.
 
Adolescente en el Madrid de las tribus urbanas, bailabas break, luego fuiste heavy
 
Lo que recuerdo es que por estar mucho tiempo en la calle solo, sin mis padres, lo que buscaba era pertenecer a un grupo. Cuando estaba con el waterpolo, era el grupo de waterpolo. Pero dentro de este grupo yo era el más quinqui, como decía Mariano, o el más urbano. Y sí, conocí un breaker y me puse a bailar. Pero no tenia ni idea. Era un paquete bailando. Hacía mis cositas, pero medía 1,92; no podía hacer las virguerías que hacían ellos. Luego en el instituto me gustaba mucho la estética mod. Antes había sido heavy, me acuerdo de las chapitas y las chupas de cuero, pero me duró poco. Me iba más el tema mod. Le robaba los abrigos a mi abuelo [risas]. Era un tío particular, igual un poco hortera.
 
¿Qué música era la que más te gustaba?
 
Me gustaban mucho Smiths, pero tampoco era un melómano coleccionista. Al poco tiempo me volví un pijoteras, con las zapatillas Victoria que hemos llevado todos. También me puse un pendientito… Eran cosas para llamar la atención. Ahora con el tiempo entiendo que buscaba eso. He pasado por todas las tribus. En mi instituto éramos cinco tremendos. El breaker, un heavy, un pijo, un rocker y estaba yo, que iba variando según el día que me levantaba. Era el veleta. También había una banda callejera de rockers en el Puente de los Franceses que me amenazaba, me decían que me iban a rajar. Uno se llamaba el Domin, ahora está muerto, como varios de ese grupo. Lo pasé muy mal con esa historia.
En clase, era un cachondeo subir a Latín fumao. Las consecuencias de eso luego fueron graves, pero siempre lo digo, fue una risa. El heavy haciéndose los canutos en clase… El profesor no decía nada, solo “vayan jugando, vayan jugando” y al final suspendíamos todos los que habíamos estado de cachondeo. En aquella época también llegaron a echarme un año de la escuela de waterpolo. Mariano decía que qué era eso de bailar break en la calle, que era un quinqui. Me tuve que ir al equipo de La Latina. Ahí entrenaba a las diez de la noche con chavales de veintitantos, que cuando acababan los viernes se iban a la peña a tomar minis de ginebra con limón. Yo tenía 14 o 15 años y con estar ahí ya pensaba que era mayor.
 
Entrenar con gente mayor debió influir en tu juego.
 
Sí, con Mariano jugábamos con nuestra categoría y con dos superiores. Con la absoluta hemos estado casi desde jovencitos. Nos daban por todos los lados, claro. Hostias hasta en el carné de identidad. Pero así aprendes a repartir, encajar y jugar con muchísima presión. Destacamos mucho desde el principio, la verdad, no sé si es bueno o malo, pero de jóvenes éramos capaces de meter diez goles por partido y éramos muy duros.
 
Pedro García Aguado para Jot Down 2
 
Llega un campeonato juvenil y le dices a Mariano que has decidido que quieres ser el mejor del torneo.
 
Recuerdo que iba a los torneos y no disfrutaba del todo. Yo era un tío muy obsesivo. Veía que siempre les daban los trofeos de mejor jugador a otros y dije: yo quiero llegar ahí. ¿Cómo hacerlo? En mi casa mi padre trabajaba no sé cuántas horas, mi madre no estaba. Así que me mudé e hice un plan de entrenamiento de seis de la mañana a diez de la noche en casa de Mariano, que le encantaba tener a alguien para moldearlo a su manera. Mi objetivo también era ponerme cachas, nunca me veía suficientes músculos. Mi cuerpo no me dejaba, porque era un tirillas, pero quería superar a todos. Y aquello fue muy duro. Vivir con Mariano esos meses… aunque también quería huir de mi casa, porque con el divorcio de mis padres se había quedado desolada. El caso es que me lo propuse y lo conseguí, mejor jugador y máximo goleador. Después de entrenar tan duro a la hora de jugar tenía una sensación de poderío brutal.
 
Entonces te marchas a Cataluña.
 
Decido, decido irme a Cataluña a jugar porque vino un club a buscarnos.
 
En Madrid no podías seguir con la progresión.
 
Aquí no había ni liga ni nada; solo había un club, el Canoe. El La Latina lo subimos a segunda, el San Blas también. La Latina después llegó a primera, pero no había presupuesto. Aquí había poco waterpolo.
 
¿Por qué en Cataluña cuidan más todo este tipo de deportes no mayoritarios?
 
Tenían mucha más tradición. Allí había muchas instalaciones y los clubes se manejaban con socios. Igual sí que han hecho más por el deporte, pero creo que desde las entidades privadas, no desde las públicas. Allí todo era privado. Los socios pagaban unas cuotas que mantenían las instalaciones y financiaban equipos profesionales.
 
Allí pensaron que los chicos de Mariano erais locos que jugabais sin cabeza. ¿Os hicieron más técnicos?
 
Ellos eran más flojos, más conservadores. Antes de ir, cuando coincidimos en la selección, empezamos a ver el carácter catalán. Estaban siempre: “Buf, mira este jugador ruso qué bueno es…”. Se sabían el nombre, que si chutaba muy bien por la izquierda, que si era uno de los mejores. Y nosotros no conocíamos ni a su puta madre. Preguntábamos: “¿Cómo dices que se llama? Ah, vale ¡este me va a comer la polla!”. Íbamos con una chulería…
Era una mezcla de inconsciencia e ignorancia. Porque Mariano nos inculcó que daba igual delante de quién jugásemos. Con los rusos tuvo una muy buena. Fuimos a jugar una vez contra ellos, los vimos y le dijimos al entrenador: “Mariano, hostia, que son muy grandes”. Y él: “¡Vosotros sois bajitos pero porque os pesan los huevos!”. Perdimos 10-5. Nos metieron hostias por todos los lados, pero oye, salimos motivados.
Él se reía de nosotros. Cuando jugamos con los rusos tenían un portero increíble, Saranov, y nos decía “venga, tiradle al porterito”. Le lanzabas con todas tus fuerzas, el tío saltaba y la cogía ¡con las dos manos! También intentamos tirarle peladillas, que es darle un balonazo en la cara al portero. Decíamos, “le voy a quitar la sonrisita al ruso de los cojones”, le pegabas tres pelotazos en la cara, pero nada. Y los yugoslavos, que tenían al mejor boya del mundo, Igor Milanovic, se giraba que parecía un tiovivo. Me decía Mariano: “¿Te has traído el dinero para echarle al tiovivo?” Y era verdad, luego metía tres goles. Me decía que yo era el llavero de Milanovic porque era pequeño a su lado con 1.92. “¡Venga, llavero, al agua!”, me gritaba.
Y los catalanes tenían mucho miedo y mucho respeto a todos. Nunca iban a llegar a nada, la selección española estaba formada por 12 catalanes y un madrileño que no jugaba nunca. Llegamos nosotros y ya fuimos siete madrileños y seis catalanes. Se empezó a ver que quien se jugaba la pelota y el último lanzamiento éramos nosotros. Pensábamos: “¿Para qué te la voy a pasar si te estoy viendo la cara de miedo que tienes?”. Mariano nos había inculcado siempre eso, nunca tener miedo. Había que intentarlo, fallar, equivocarse y luego ya se vería. El deporte este es para los locos. Solo se disfruta cuando tomas la responsabilidad última, el último lanzamiento.
Luego con el tiempo sí te vas moldeando, sabes que los últimos lanzamientos hay que medirlos muy bien, pero nunca desde el miedo. Del: “si fallo, ¿qué me dirán…?” ¡Pues si fallo me la he jugado, con un par, y ya está! Por eso los catalanes pensaban que íbamos arrasando. Pero es que nos encantaba jugar al waterpolo, y de la manera que lo hacíamos, no de otra. Fue esa amalgama, esa fusión de las dos formas de jugar la que nos llevó al éxito. Tampoco se podía ser tan loco como éramos nosotros, que cada vez que fallabas te metían un gol en contra [risas].
 
Esos jugadores catalanes que llevaban toda la vida luchando por sus clubes de repente se encontraron con que llegaban unos “niñatos” de Madrid que encima cobraban un dineral.
 
En realidad ellos se vieron beneficiados de nuestra llegada. El primero fue Mariano Moya, luego fuimos Salvador Gómez, Jesús Rollán, Miki Oca, Alfredo Gómez y yo. Y lo que ocurrió, de un año para otro, fue lo siguiente: cobrábamos alrededor de 40.000 pelas. Y Mariano García, que estaba en el Canoe, dijo que no quería que sus chicos estuvieran en Cataluña, que había que traerlos. Hizo una apuesta grande y nos ofreció 150.000 pelas a los chavales de 18 años que éramos. Pero eso hizo que se revalorizaran todos los jugadores de Cataluña. Porque pagaron esa cifra para que no nos fuéramos y todo el mundo se subió al carro. Fue una animalada a partir de ese año, al final terminamos cobrando 300.000 y 400.000 pesetas al mes.
El balance por una parte fue malo, y a otros les vino muy bien: “Si este cobra tanto y yo llevo muchos años en este club, me tienes que pagar tanto”. Revolucionamos el mundo del waterpolo.
 
¿Cómo fueron esos primeros años en la Blume junto a Jesús Rollán?
 
Tuvimos una juventud ganada con mucho esfuerzo. Una juventud maravillosa, porque todo lo que conseguimos no nos lo regalaron. Nos fuimos a Barcelona muy jovencitos, sin miedo ninguno. Aterrizamos en un entorno hostil, íbamos a quitarle el puesto a muchos catalanes que estaban en la selección. Y también teníamos una forma de divertirnos muy a lo bestia. Ganábamos 40.000 pelas, Jesús se compró una vespino trucada y yo una AXL con intermitentes. Apurábamos la siesta, porque no estudiábamos, teníamos entreno a las ocho y echábamos carreras a ver quién llegaba primero.
Por las noches había un camino que siempre había que pasar, el de los travelos, en el Nou Camp, y les decíamos de todo. Como no íbamos a consumir sus servicios, y menos en una vespino, se enfadaban y nos tiraban piedras. Otra vez nos paró la policía, por una tontería, una luz de atrás rota. Jesús le vaciló hablándole sin sentido para que no le entendiera y dijera “¿Qué?”, y el policía soltó un “¿Qué?” histórico. Éramos unos inconscientes, hemos tenido muchísima suerte. Yo ahora les digo a los chavales que no se pasen, pero no se lo digo desde el no lo hagas, no te diviertas, lo digo porque tiene consecuencias, yo he sido el más descerebrado del mundo.
 
Degenerasteis la residencia, toda llena de nadadoras.
 
Yo me enamoré de una nadadora guapísima. Y los mayores se burlaban de mí, me decían que las nadadoras solían ser muy sueltas. Pero la fama les venía porque eran chicas muy agradables, que se ponían en la habitación a hablar contigo, e igual iban con sus braguitas, tan tranquilas. Eso les dio fama de promiscuas. Yo empecé con esta nadadora y fue la que más fama tenía. Una época difícil para mí, de muchos celos. Pero ellas no eran las promiscuas, éramos nosotros que estábamos enfermos, nos poníamos locos solo de verlas. Cuando viajaban waterpolistas y nadadoras juntos siempre había jugueteos.
 
Os lesionabais más entre vosotros que jugando.
 
Estábamos siempre jugando entre nosotros, pegándonos collejas. Recuerdo que en un Europeo a Jesús no sé qué le hice, una animalada de estornudarle en la cara o algo así. Se enfadó tanto que me persiguió y patinó con tan mala suerte que se partió el escafoides, la muñeca, un día antes de empezar a jugar un torneo que probablemente estábamos llamados a ganar. Cosa que nunca hicimos, siempre quedábamos plata. El entrenador creo que no se dio cuenta, pero fue una inconsciencia nuestra y dijimos que se había caído de la furgoneta. Qué pena.
Y yo en una Copa de Europa, en la habitación jugando con mi amigo Sergi, rompí su reloj con el codo. Me hice una herida enorme, sangrando un montón. Entonces, claro, no podía bajar y decir que me había roto eso haciendo el tonto. Tuve que ir a una taquilla del vestuario, darle un golpe con ese brazo y ya me llevaron corriendo al hospital. Me pusieron tres puntos y me llevaron al partido, que lo jugué.
 
¿Cómo se vivía el waterpolo de clubes, con poca gente en la grada en cada partido y poca repercusión mediática?
 
A nosotros nos llegan a acusar, sobre todo a los de Madrid, de que éramos jugadores de selección. Que durante el año no poníamos interés. Pero no es que no le pusiéramos interés, es que con el entrenamiento que teníamos y la memoria física de haber entrenado tanto, nos era muy fácil jugar aquellos partidos. Solo había dos o tres equipos fuertes, no jugabas más de cinco partidos importantes al año. La Copa del Rey y el play-off, al que ya sabíamos que íbamos a llegar. Siempre estaba entre dos equipos, si te relajabas algún sábado te podía ganar alguno, pero sabías que ibas a llegar a la Final Four donde te lo jugabas todo. Sí que te relajabas, pero ahora creo que la liga española ha desmerecido mucho más, no tiene la intensidad que tenía antes, como cuando estábamos todos los campeones olímpicos en Barcelona jugando y solo estaba Manel Estiarte fuera. Ahora esta liga ya no es lo que era.
 
¿Sigues el waterpolo ahora?
 
No, no sigo el waterpolo desde hace… Mira, recuerdo que en 2003 me retiré y en 2005 me dieron la posibilidad de ir con un equipo de chavales, de entrenador; viví la experiencia y no me gustó el ambiente que hay, los rollos federativos. Está la misma gente desde hace veintitantos años. No les pondría ningún calificativo, solo creo que lo que hicimos nosotros fue muy grande para las mentes que había ahí. Fue excesivamente grande en proporción a la forma que tenían de pensar. Me mojo más: es gente que piensa de forma mediocre. “Aguantemos nuestros asientos y no hagamos muchas historias”.
 
¿Qué medidas crees que hay que tomar para que eso no suceda?
 
Creo que la gente que ha triunfado en el deporte y tiene buenas habilidades para dirigir debe ocupar los puestos directivos. No solo por el mero hecho de ser campeón olímpico o del mundo, por los valores que pueda aportar. Los valores de la competición o del esfuerzo, los valores del riesgo. En waterpolo para tocar la cima hay que arriesgarse, y el conservadurismo no va muy bien en muchas ocasiones. Hacen falta nuevos métodos de dirección, potenciar el talento de los chavales, nosotros llegamos a lo más alto y nadie encontró sponsors para nada. Estar a las órdenes de una federación te limita el margen de maniobra. En balonmano o voleibol, en fútbol, hay muy buen marketing alrededor. Eso es bueno, llenan los estadios, pero las piscinas siempre han estado vacías. ¿De qué servía que fueses campeón olímpico si luego te ibas a jugar un partido de liga y había diez personas? ¿Quién iba a invertir dinero ahí? Nadie. Lo que pasó con el crash del waterpolo es que todo el mundo se había gastado dinero de sus arcas. El socio no tenía agua caliente o unas instalaciones en condiciones y pensaba: “¿Qué me importa tener un equipo de waterpolo campeón si no me aporta nada?”. Además, al quedar campeón de liga recibías muy poco premio. Por eso se vino abajo. No se supo vender bien. Todavía sigue sin saberse vender. Y con unas chicas que han sido subcampeonas olímpicas.
Ese equipo femenino hay que seguirlo. Primero, por su entrenador. Miki Oca les está inculcando ese sentimiento ganador. Eso es vendible, es atractivo, sobre todo para los jóvenes ¿Por qué no se hace? Porque hay mucha mediocridad. Yo estaría atento a ellas sobre todo por todo lo que tiene Miki de transmisión de valores, de lo que él sufrió para ganar, pero detrás hay una estructura muy mediocre. No sé cuánto les durará estar ahí arriba. No son profesionales, son chicas que estudian o trabajan y luego van tres horas a entrenar.
 
Cuando tú llegaste a la selección encontraste que era un equipo muy jerarquizado.
 
En el Mundial Junior de Brasil estábamos catalanes y madrileños y saltaban muchas chispas. Estábamos muy enemistados, aunque era una gran selección. Pero cuando luego pasamos a la selección absoluta, después de Sao Paulo, nos dicen que ahí había unos veteranos que mandaban. Nosotros no les teníamos ningún respeto. No les conocía, venía de la escuela madrileña, de pegarme de hostias en el Puente de los Franceses con una pandilla. Y un día, en el primer staff de nuestra vida con la absoluta, el camarero al servir nos puso la bandeja primero a nosotros, a los novatos. Un veterano se levantó y dijo que tenían que comer primero ellos. Y yo les dije “lo que me vais a comer los veteranos es la polla”. Éramos muy quinquis. Veníamos de San Blas, de Campamento. El único Chava, que era del barrio de Salamanca, y Jesús, que vivía en Pozuelo. Los demás éramos… ¿Y la jerarquía? No me gustaba, en Madrid no había jerarquías en el waterpolo. Yo entrenaba con gente mayor y éramos todos iguales, sufríamos todos. No me merecían ningún respeto como para comer antes que yo.
 
Pedro García Aguado para Jot Down 3
 
De vuestra selección, me parece bonito eso de que estuviera formada mitad por catalanes, mitad por madrileños, cada grupo aportando su propio estilo. Lo dijo Manel Estiarte incluso.
 
Él peleó mucho porque eso fuera así. Veía que se le quedaba corto su grupo de amigos, que eran todos catalanes, a la hora de jugar los partidos importantes. Faltaba esa pizca de rabia, agresividad, riesgo, temeridad. Le encantó que llegásemos nosotros. Tanto Mariano García como Toni Esteller, que era el seleccionador, y Marculescu, que ahora es el jefazo de la Federación Internacional de Natación, lo hicieron posible. Fueron unos visionarios, se arriesgaron. Decidieron juntarnos a ver qué bomba explosiva salía. Fue maravilloso jugar con todos ellos.
Manel a nosotros nos aguantaba muchas cosas porque sabía que luego le íbamos a dar ese punch. Al principio no le dábamos ni la pelota, le pedíamos que defendiera, y el tío, que venía de meter 16 goles en todos los partidos, decía “¡soy yo al que le tienen que pasar la pelota!”. Pero también nos enseñó.
La unión surgió con mucha amistad fuera del agua, de beber juntos exaltando la amistad. Se dejó de hablar por detrás para hablarse a la cara y eso fue fundamental. Con el siete titular hubo una estructura que se repitió durante diez años. El equipo famoso con Sans, Salvador Gómez, Rollán, Pedrerol, Estiarte, Oca y yo, más Iván Pérez e Iván Moro. Siempre hubo fe en esas vacas sagradas. Con amistad dentro y fuera del agua, independientemente de que luego uno fuera con la bandera catalana y la sacara. Eso nos daba igual. En el agua estábamos peleando por un objetivo común, que se llamaba España.
 
¿Estiarte os transmitía algo de la competitividad de la liga italiana?
 
Manel se fue a Italia y nos quiso llevar a unos cuantos, pero con un sueldo muy bajo. Estábamos muy cómodos en Barcelona y no fuimos. Creo que Manel ha sido un superviviente, uno de los tíos más listos y de los que más he aprendido no solo en el waterpolo, sino también en la vida. Le iba muy bien estar en Italia porque el nivel competitivo que cogía allí en España no hubiera sido igual. No era muy fuerte, 1,75, no era muy cachas. Era más rápido que todas las cosas. Aquí habría estado despistado. Creo que el nivel de competición de Italia, la dureza de esa liga, le hacía estar siempre a nivel internacional. Nosotros el nivel lo cogíamos siendo creativos, con el centro de alto rendimiento, siempre entrenando más de lo que nos daba el club.
 
A Seul fuisteis a haceros la foto, has dicho en alguna ocasión.
 
Fue la primera experiencia olímpica. Aquello era muy bonito, vas a competir, pero le das más importancia a las fotos, a posar en plan modelo. También hacíamos el gilipollas yendo a comprar souvenirs. Había chavales del Barceloneta que iban a comprar Rolex, caviar a los rusos. Unos iban a hacer negocio, otros a competir. Y con esa locura casi nos metemos entre los cuatro primeros. Si no lo hicimos fue porque hubo una cosa rara, dicen que pactaron un resultado. Yo no lo sé, no me enteraba de nada.
 
Entonces llegó Dragan Matutinovic, que hacía blando a Mariano García.
 
Matutinovic venía de la historia yugoslava militar. Impuso disciplina militar. Y a una panda de descerebrados, que la disciplina militar nos va muy bien para el entreno, nos podía meter toda la caña que quisiera, pero después nos tenía que haber dejado respirar. Se equivocó en eso. Nos dio mucha, mucha caña. Entrenábamos en Andorra, de hecho hay un documental muy bueno, Aigua, infern, cel, de Sesen ficción, en TV3, y salen anécdotas alucinantes de todo aquello. El problema es que luego se puso como los veteranos que te he comentado antes. Por ejemplo, en la mesa de los entrenadores había jamoncito, queso bueno. Una vez cogí de un plato, se lo quité a él, y nos castigó a todos sin comer. Era como un colegio. Aunque al final lo aceptas porque empieza a dar resultados. Porque con Mariano y con Toni entrenábamos muy duro y quedábamos quintos, sextos. Y este tío vino y con esa mala leche nos hizo llegar un poco más arriba.
Corríamos por la montaña. Dragan detrás con un Peugeut 407 gritando [pone acento croata cazallero]: “¡Chavales, hay que correr!”. Rafa Aguilar al lado fumándose un cigarro y el masajista detrás. En el extremo de la desesperación siempre comentábamos cosas como: “¿Si te dicen que ves el coche de Dragan tumbado, volcado, hay un chorro de gasolina y tú te estás fumando un cigarro, ¿qué haces? —¡Lo tiro, lo tiro, que se queme vivo, el hijo de puta!”. Nos daba dos días muy duros y el tercero un partido de fútbol y toda la tarde libre. Y éramos tan tontos que nos íbamos de fiesta, y al día siguiente teníamos un entreno brutal, pero es que era la única forma de evasión que teníamos, salir un poco y beber.
Dragan llegaba siempre y decía (voz gutural) “Alloh”. Un día Jesús iba por el pasillo, venía de la habitación de una nadadora, se encontró una sombra y le dijo: “Hostia, creía que eras Dragan”. Y él: “Alloh Jesús, soy Dragan”. Pero creo que ningún entrenador hubiera podido poner freno a cómo éramos. Las timbas de póquer, timbas de ruleta, de dominó. En cada torneo importante nos daba por algo, y un campeonato de Europa nos dio por la ruleta, pero de dejarnos el dinero. Algunos fumábamos y se quedaba la habitación con un humo espeso que parecía un rollo clandestino. En una de estas Dragan oyó ruido en una habitación, porque estábamos como auténticos energúmenos, alguien nos llamó para avisarnos de que subía y salimos por las ventanas, por los balcones. Dragan entró en la habitación y solo había uno de los novatos con la ruleta girando, los ceniceros llenos… “Allóh, qué pasa”, le dijo, y el chaval: “Nada, Dragan, aquí echando una partida” [risas]. Luego vino a nuestra habitación y nos dijo “Mañana hay partido, hay que estar concentrados”. Y yo: “Tranquilo, Dragan, estoy aquí leyendo”. Y tenía una Biblia en la mano cogida del revés. Luego se puso a dar golpes en el armario, se abrió y cayeron cervezas de medio litro.
Teníamos cuerpos que podían con eso, aguantábamos lo que fuera. Aunque con las carreritas y la tontería no estábamos acostumbrados y empezó a haber lesiones de rodilla, de espalda. Jesús sufrió mucho y tuvo que operarse dos rodillas, las dos a la vez.
 
Es la crítica que se le hace, que solo aportó fuerza bruta.
 
Aportó dureza. Una forma de vivir el waterpolo más profesional, Nos metió la presión de que si no estabas bien te echaba, y le daba igual que fueras Pedro García o Estiarte. Y eso nos unió más como equipo, el no tener el puesto asegurado, más que esos entrenamientos de loco. A Dragan le encantaba el waterpolo, le gustaba mucho, pero siempre hacía una cosa que perjudicaba a alguien, que era dejarse una bomba hasta el último día. Tenía una selección de 14 tíos y a uno le echaba al final, antes de entrar en la villa olímpica. Lo hacía para motivar, para que nadie supiera que estaba seguro. Pero era jodido. Y para el que le tocaba, jodidísimo.
 
Introdujo la figura del jugador para meter candela.
 
Matutinovic tenía una filosofía: si el partido no va como queremos y vamos a perder, el partido no acaba. ¿Cómo que no acaba?, preguntábamos. “No acaba, no, tenéis que pegaros”. Y designaba un especialista. Jugábamos los más técnicos y a Rubén Michavilla le decía [acento croata cazallero]: “Entra ahí y arranca cabezas a ese tío, me está tocando los huevos”. Miguel, efectivamente, entraba, la liaba y nos pegábamos con quien fuera.
 
En la preparación de Barcelona 92 murió su padre durante un bombardeo en Croacia.
 
No estuve muy pendiente. En los Juegos entré de milagro. Me fui de fiesta y desaparecí unos cuantos días y me dejaron entrar, pero pasando un control para no dar positivo, así que no estuve muy pendiente de la guerra de los Balcanes. Pero recuerdo que pasamos de ver a dos chavales tomando copas en mi casa, en el año 90 o en el 91, que se querían, Milanovic y Simenc, y al año siguiente se odiaban. En dos años. Eran el defensor de boya y el boya. Íntimos amigos, y la guerra les cambió absolutamente. Terminaron que no se tragaban. Parecido a Divac y Petrovic, pero peor.
 
En Barcelona, el partido contra Cuba es de en los que más leña has dado.
 
Y recibido. Me dijeron desde el banquillo cubano: “¡El García sí que tiene cojones!”. Porque me había abierto la boca antes, iba con nueve puntos. Y los cubanos tenían a uno que le llamaban el Bárbaro. Yo, que era un descerebrado, siempre que saltaba recogía el codo y me llevaba algún pómulo, o algo, y le pegué una hostia que no veas. Mariano me sacó del agua. “Sal, que te van a reventar la cabeza, anda”, me dijo. Y a los cubanos les gustaba cómo era yo de duro, no me amilanaba con nadie. Era una guerra, no una cosa agresiva violenta, sino de ganar el terreno. Me acostumbré a luchar duro. La boca me la abrió un australiano, y un italiano me pegó después otro mantecao que me dejó…
 
Y la semifinal contra Estados Unidos, tal vez el partido de tu vida.
 
Me salió muy bien. Fue muy espectacular como jugamos, con las gradas llenas. Tuve la suerte de meter tres goles.
 
También fue un partido de porteros, Wilson contra Jesús Rollán.
 
Wilson había jugado con el Barcelona. Sabía cosas que yo hacía cuando lanzaba. Pero en el último gol le sorprendí y se lo metí de vaselina, la apoteosis. Fue una pasada. Disfruté mucho. Y en la final volví a meter tres goles, pero no pudimos más.
 
En la final hubo una pelea multitudinaria fuera del agua en una de las prórrogas.
 
A Manel le abrieron la ceja, me acuerdo. Ya estábamos desquiciados. Aquel partido era jugar, jugar y jugar a ver quién metía el último gol. Al final nos vino grande y los italianos por oficio nos ganaron. Criticamos mucho la estrategia de Matutinovic con el tiempo. En aquel momento nos dijo pressing, pues pressing. Pero teníamos al mejor portero del mundo, Jesús, que hubiera parado a cualquier italiano tirando en el último minuto, pero al presionar provocaron una expulsión, nos metieron gol y no pudimos hacer nada. Son cosas que analizas con el tiempo.
 
Ese equipo no fue capaz de ganar a la Yugoslavia unida ni a la Italia del “Setebello”.
 
Pues sí, así es, pero era normal, éramos un equipo en fase de aprendizaje. Y nos vino muy bien no subirnos al carro de los ganadores tan pronto. Ya sabes lo del burro y la zanahoria. Nuestro objetivo después de perder cinco finales, o ganar cinco platas, era si seríamos capaces de ganar algún día. Eso nos motivó mucho. Por eso ahora aquellas derrotas del principio no las tengo como una espinita. Que nos ganara el Setebello no me importa. Ganamos luego a quien teníamos que ganar. Y a Yugoslavia, luego Croacia y Serbia fueron igualmente fuertes y nos las cepillamos.
 
En Atlanta os pilló un atentado.
 
Fue en un concierto y allí estaba Jesús, creo que con la infanta. Pero yo no, no era una persona que me relacionara mucho. Cuando ocurrió estábamos unos cuantos en la habitación, viendo la tele. Pero fue muy poca cosa, se le dio más bombo del que tenía.
 
Pedro García Aguado para Jot Down 4
¿Qué recuerdas de aquella final, la del oro contra Croacia?
Recuerdo, primero, que empezamos a sentir que volvíamos a palmar. Íbamos perdiendo 3-0, creíamos que no éramos capaces. Pero luego empatamos y vimos que esa selección, que parecía muy buena, empezó a tener miedo. No se atrevían a lanzar. Ni Simenc, que era un bestia. Tiraban tan ajustado que iba palo fuera, o las paraba Jesús, y se acababan los 35 segundos sin que lanzaran, un equipo como Croacia. Le tenían miedo a Jesús. Y en ataque lo bordamos, Manel metió dos golazos impresionantes, yo metí uno con la uña, jugamos todos genial. Pero al principio fue como: “Que nos vuelven a ganar, que es la sexta final que perdemos”. Era nuestro momento, ese equipo croata se vino abajo en la tercera parte.
Jesús a veces os decía: “Déjalo chutar, está cagado”.
Se ve en las caras. Yo ahora en las conferencias pongo diapositivas con las caras de miedo del waterpolo. Él era especialista en detectarlo. Y cuando les fichaba y les dejábamos tirar no la metían, se iban fuera, le daban en el pecho o en la cara. Había una vez un zurdo, Tibor Benedek, la gran estrella, y Jesús contra él se ponía: “¡Dejadle, dejadle!”. Y se las paraba, espectacular. Lo diré siempre, hemos ganado muchas medallas, muchos trofeos, pero si tengo que repartir porcentajes, un 30 para el equipo y un 70 para Jesús. No era solo lo que paraba, sino lo que hacía para que no chutaran por miedo.
A la familia real le coreabais “Talismán, talismán”.
Había mucha cordialidad con la familia real, siempre había estado en nuestras finales desde Barcelona. La infanta Cristina nos siguió mucho y el trato con ella era muy bueno. En esa celebración empezamos a hacer bromas con eso de “¡Talismán, talismán!” y como yo era un descerebrado, añadí “¡Ole tus cojones, Marichalar!”. Y él bien, era un ambiente festivo. Pero, con mis temas, me puse de vino de Rioja aquel día…
A Urdangarin también le conociste.
No tuve mucha relación con él, la justa. Como yo era un tío desordenado, él me parecía un tipo más ordenado.
Qué vueltas da la vida.
Sí. Hubo algún momento en el que cuando parecía que Jesús estaba con la infanta, no era él, sino que hacía de pantalla. Yo eso lo entendí con el tiempo. Jesús iba a buscarla, eran muy amigos, porque Jesús era muy divertido y le daba igual todo. Luego le venían los escoltas y le pedían por favor que no condujera rápido, que no se metiera en dirección contraria. Pero luego estaban cenando, llegaba Iñaki y se iba con la infanta… se quedaba Jesús con la cuenta.
Con todos los altibajos que tuvo la selección luego, que se hundía, pero después ganaba un mundial, da la impresión de que el waterpolo es un deporte muy psicológico.
Cuando un equipo entra al agua y no va a jugar bien se ve cuando calientan, en como entran al agua, en si al cruzarse contigo agachan la cabeza. Eso lo hacíamos mucho nosotros, esa lucha psicológica. Nuestra forma de ser despistaba mucho a los equipos. Llegaban los alemanes superconcentrados y nosotros nos poníamos antes de los partidos a chutar desde el bordillo con el pie a ver quién la metía por la escuadra. Esto con los otros calentando. La gente se preguntaba de dónde habíamos salido. Así eran nuestros previos. Y las concentraciones… en el hotel jugábamos al fútbol en el pasillo con pelotas de calcetines, vaciándonos los extintores encima. Éramos chavales, con mucha responsabilidad, pero si nos dejaban libres un minuto, adiós.
En el equipo fue clave que tú pusieras paz entre Estiarte y Jordi Sans.
Esto venía más por parte de Jordi. Manel era más mediático y Jordi era muy luchador, pero no tenía ese reconocimiento. Lo peor que puede pasar un equipo es que escuches algo como “Es que no me la pasa bien para que no pueda meter gol”. Yo lo escuché y me quedé… ¿Me estoy metiendo ocho horas entrenando para que tú no se la pases bien a este y fallemos un gol? Así que un día, con unas cuantas copas encima, les cogí y les dije: “Aquí, o vamos todos a una, o esto no funciona, nos estamos dejando la piel y a mí vuestras tonterías, para nada”. Siempre he sido muy de equipo. Me gustan los equipos, que todos sepan cuál es su función. Que no haya esas historias de envidias, niñatadas. Porque perjudicas a los demás y al final entrenamos todos lo mismo. Y la cosa cambió. Ellos nunca se han llevado bien pero al menos en el agua desde entonces se respetaron.
Cuando a Jordi Sans le partieron la mandíbula andaba por ahí comiendo con una pajita.
Ahí hubo un problema. De ahí vino la enemistad con Manel. El que le rompe la mandíbula era Maximiliano Ferretti, íntimo amigo de Estiarte. Y de ahí los fantasmas de si había sido Manel. Pero Manel no le decía a nadie que le rompiera la mandíbula a otro. Lo que pasa es que Jordi era un jugador muy duro, y Ferretti también. Como nosotros decíamos, un killer dentro del agua. Con Jordi no sé qué tuvo, que le dio un puñetazo y le rompió la mandíbula. Fue triste porque nadie le hizo luego pagar eso a Ferretti. Creo que eso a Jordi le marcó. Le podíamos haber dado después un par de hostias a Ferretti, pero no lo hicimos, y creo que eso no es bueno para un equipo. Jordi se sintió un poco solo. También le teníamos miedo a Ferretti. Yo me peleé mucho con él, pero siempre le tuve respeto. Porque me contaron cosas de él… una vez le había metido un dedo en el ojo a un tío, no tenía muchos escrúpulos.
Normalmente en el waterpolo, huesos y narices rotas siempre ha habido. Hay una película de un partido, el Hungría-URSS del 56, que alucinas. Aunque en este deporte la agresión por la agresión es absurda, no tiene mucho sentido. ¿Para qué le vas a partir la nariz a nadie sin motivo? Normalmente los que hacían daño era gente que no estaba bien. Yo la verdad es que en algún momento de mi vida he partido pómulos, a propósito. Cuando veía que un tío me lanzaba el codo, pensaba: “A la próxima te parto el pómulo”. Para mí era muy fácil saltar y al recoger el codo, darle. O luego, cuando vas nadando, mucha gente te mete el codo, por eso nadamos a veces con la cabeza fuera, para evitar esos golpes. Había húngaros que te metían el dedo gordo de su pie por detrás, te enganchaban el bañador y te hundían. Jordi casi se ahoga un día. Hasta que aprendes, claro, que había una forma de zafarse, que era girarte y partirles el dedo.
Había verdaderas animaladas. Cuando entré a jugar con los puntos de sutura, un húngaro me cogía para tirar de ellos. En waterpolo, si alguien era muy bueno, todo el mundo quería cortarle de alguna manera. A Manel le han dado tortas de todos los colores, por todos los lados. Y él, por su parte, me enseñó cómo dar golpes en movimiento. No le puedes dar a nadie un puñetazo porque te expulsan, pero si estás nadando y mueves el brazo de atrás a delante te llevas lo que pilles. Manel ahí daba con el lado exterior de la mano. A ver, tenía que zafarse de los tíos, si le agarraban perdía todo su juego, y para librarse de los tíos había que ser duro. Pero nunca hubo maldad.
Los húngaros, los cubanos, los italianos pegaban mucho. Yo me he llevado hasta hostias que no eran mías, que no me las tenía que llevar. Aunque había una norma clásica que decía que no te quedes con nada que no es tuyo, que te lo enseñan de pequeño en casa. No es un deporte sucio, los húngaros lo llevaban al extremo, eran un poco guarretes. Recuerdo cuando empecé a jugar que estas cosas me daban miedo. Luego te vas haciendo fuerte. Con todo, esto es como el rugby, que se dan de palos pero luego se van por ahí. Nosotros también nos dábamos y luego salíamos con otros equipos. Lo que pasaba en el agua se quedaba en el agua. Teníamos caballerosidad, aunque sí había jugadores a los que mejor no acercarse.
¿Qué secuelas físicas quedan de un deporte tan duro?
Yo generé una lesión en el hombro que me empezó a limitar el lanzamiento, una de las mejores cosas que tenía. El lanzamiento y la forma de amagar o fintar. Con el tiempo descubrieron que tenía un SLAP. Un dolor horrible. Me tuve que operar. Mis tres últimos años, el hombro era un sacrificio enorme. También me dolían mucho los abductores, el hombro izquierdo me lo sacaron de sitio al final de mi carrera. Tengo golpes en la boca, la nariz. La espalda ahora me duele mucho, tengo un tirón perpetuo.
Y mira Jesús, se tuvo que operar las dos rodillas por una exigencia de la Federación y por su impulso para poder jugar el mundial. Se tuvo que meter todos los calmantes del mundo. Aunque luego aguantó mucho tiempo y a muy alto nivel.
Pedro García Aguado para Jot Down 5
Hablemos ahora de tus problemas.
¿Qué problemas? Yo nunca he tenido problemas [risas].
¿Qué fue la polémica tour del norte?
Fue en el 98, habíamos ganado el Mundial en enero, en Australia. No teníamos ese verano nada que hacer con la selección, pero la Federación había vendido un tour por todas las provincias del norte de España. El seleccionador nos dijo de ir solo porque estaba contratado pero que no íbamos a jugar ni nada. Un cachondeo. Yo en el 97 o 98 había dejado de beber, de fumar, de todo. De tomar café incluso. Pero cuando fui al Mundial y lo ganamos volví a beber con la rutina de fiestas y salidas con droga tanto legal como ilegal. Así que en ese tour estábamos de feria. Íbamos bien cargados y era lamentable. Las imágenes que yo di en el tour del norte, las mías personales, me doy un asco tremendo, de verdad. Yo, tirado en un banquillo durmiendo… la imagen que di, un campeón del mundo… pero nadie sabía nada de lo que llevábamos en las maletas y cómo habíamos planificado ese tour del norte. La Federación lo preparó como algo bonito, nosotros como un tour destroyer.
Parecía muy divertido pero éramos campeones del mundo y aquello no tenía nada que ver con el deporte. Salíamos cada noche y además estaba permitido. Solo se quedaban los que iban a jugar al día siguiente, los jovencitos. Eso además generó una brecha importante dentro del equipo. Si los mayores vamos de estrellitas y de fiesta y los jóvenes son los que se tienen que pelear, malo.
En un partido importante contra el Canoe jugasteis de empalmada.
En el Club Natación Barcelona nos juntamos la crème de la crème. Entrenábamos como burros, éramos los mejores y también muy divertidos. Antes de ese partido, había una cena de equipo, y todos: “Venga, una copita rápida y mañana al aeropuerto a las ocho”. Y a las ocho nos quedamos los cinco de siempre. Toni Esteller que nos había llevado a todos a Barcelona, que nos quería como un padre, sabía de nuestra calidad como jugadores y también de nuestra golfería. Nos vio llegar en el aeropuerto a cinco descerebrados todos metidos en el mismo coche. Siempre llevaba las gafas esas de Ray-Ban de Jack Nicholson, se las quitó un segundo, nos miró fijamente, se las volvió a poner y no nos dijo nada. Viajamos, jugamos el partido, puteados al máximo, y ganamos.
Pero jugar de empalmada, ¿no lo notas en la piscina?
Pero somos 13. Además, en ese estado ya sabes que ese partido tienes que rendir al máximo porque si no ya le has dado al entrenador el motivo para echarte la bronca. Te dejas la piel. Además, se genera cierta unión entre los gamberros que han salido. Y somos listos, sabíamos quién estaba más fresco para darle la bola.
Y lo de pasarte los gatos por la cara…
Una locura. Qué locura. Era Copa de Europa, sin selección ni nada, con el Club Natación Cataluña. Viajamos a Tesalónica. Jugamos y los griegos, que son una panda de tíos majos, nos invitaron a casa de uno. Nosotros, si había una fiesta, ahí estábamos. Y de casualidad toqué unos gatos y se me empezó a poner la cara roja, a picarme la garganta por dentro. La señora de la casa me dio un antihistamínico y se me quitó, o sea, descubrí que tenía alergia. Así que decidí aprovecharla. La primera vez fue en una habitación de hotel con Miki Oca. Al día siguiente teníamos 4000 o 5000 metros de carrera con Dragan Matutinovic. Como iba fatal, cogí un gato y me lo llevé al hotel. En una moto con el animal en la mochila, haciendo caballitos, el pobre podría haber terminado… Nos levantamos por la mañana, habíamos dormido dos horas, no podía ir a entrenar, así que cogí el gato, me lo coloqué encima y se me puso toda la cara roja. Cuando me vio el entrenador me dijo que me fuera al hospital, que algo me había pasado.
Te pasaste tres cuartas partes de tu carrera consumiendo cocaína. ¿Cómo es posible que nunca dieras positivo en un control?
Primero, porque no la tomaba para jugar. Me metía en los momentos que pensaba que me lo podía permitir, como las noches de los sábados. No teníamos controles esporádicos, ni vampiros como el ciclismo. Sabíamos que había uno al final de la liga y otro para la final de la Copa del Rey. Entonces yo tomaba cocaína y sabía que en cuatro o cinco días se me había ido. Bebía mucha agua y filtraba. Si llego a dar positivo hubiera sido lastimoso.
 
Eran fáciles de eludir esos controles.
 
Sí, porque había pocos, como te digo. Y yo no la tomaba para rendir, es un estimulante. A mí me dejaba hecho polvo. Me pasaba dos días sin dormir. A los partidos solía ir de empalmada cuando bebía alcohol. De coca nunca me atreví, me inventaba cosas, que estaba enfermo… e imagínate mi imagen dentro del equipo. Una vez tuve que confesar. Antes de Barcelona 92. Con 23 años, que tampoco crees que sea un problema, lo planteé delante de todos. Hablamos de una solución y la mejor en aquel momento fue poner a alguien que me vigilara en el hotel, pero cuando se dormía me fugaba. Me tuve que ir a casa del entrenador una temporada. Era capaz de hacer la mayor locura y luego ser el tío más centrado. Iba del mayor extremo de descontrol al mayor perfeccionismo. De todas formas, controlábamos los tiempos, la liga no era muy exigente y la Federación no estaba muy encima porque no se imaginaba que unos deportistas se metieran esas fiestas. Al final de mi carrera la cosa fue seria, pero al principio no era para tanto, un par de rayascada noche.


Pedro García Aguado para Jot Down 6
 
Eufemiano Fuentes dice que busca alguien que le pague por su relato de cómo preparó a los medallistas de Barcelona.
 
Nosotros teníamos un acupuntor, un experto en medicina china, el doctor Masgrau, el “doctor agujas” Al otro no lo he visto en la vida, que cuente lo que quiera. Del waterpolo no puede marcar ni señalar a nadie, segurísimo. Nunca tuvimos médico hasta que el hermano de Manel se hizo cargo de la selección. Supongo que a lo mejor los ciclistas o… no sé qué deportes tocaría, pero nosotros seguro que no. Si nos hubiera ofrecido algo le habríamos dicho que no. A mí, ya de pequeño, en los tiempos de Mariano García, un médico, un medicucho, me preguntó que si quería ser grande como un armario, y mis padres le miraron diciendo: “¡Pero si mide 1,92!”. Me quería vender hormona del crecimiento, me imagino que por una
pasta
.

Así que hay camellos rondando desde que sois jóvenes.
 
El waterpolo nunca ha estado vinculado a este tipo de cosas, nunca hemos necesitado nada extra para ser mejores, ya éramos suficientemente buenos. Hay deportes, no voy a decir cuáles, más predispuestos a este tipo de figuras. Nosotros lo decíamos en plan de coña, que queríamos un doctor como el de los húngaros, que de un año para otro se pusieron… Con Mariano hacíamos pesas, tomábamos proteínas y poco más, éramos una panda de mataos con esos temas.
 
En tu libro dices que tener una personalidad adicta en el fondo te vino bien para afrontar los retos que se te presentaban en el waterpolo.
 
Es más bien la temeridad. La personalidad adictiva es aquella que no se piensa mucho las cosas antes de hacerlas. Pero una cosa es tener miedo, ser valiente y vencerlo. Y otra ser temerario, como yo era, un ignorante que se puede tirar de un precipicio y no sabe que se va a romper la cabeza y se la rompe. La personalidad adictiva me hizo muy perfeccionista, muy obsesivo cuando me ponía a entrenar. Tenía una fiesta de tres días y luego entrenaba a tope, comida sana, etcétera. Nunca estaba suficientemente contento, un nivel de autocrítica muy alto. Siempre quería ser el mejor, o dar lo mejor de mí. Siempre estar ahí. Destacar. Los adictos siempre tenemos que llamar la atención y el deporte me sirvió para eso.
Sin embargo, con el tiempo, me fui volviendo una persona con miedo. No lanzaba lo mismo. No era ese jugador joven que luchaba. Me escondía. Me comía mucho la cabeza con todo lo que hacía, no disfrutaba ni de los fallos ni de las victorias, siempre estaba buscando el lado negativo, pero era una cuestión química del cerebro, que no me permitía ver lo bueno ni lo positivo de lo que hacía. De un jugador que es un loco, que disfruta, que arriesga, que es capaz de ver todas las formas de jugar, pasé a un jugador que se vuelve cómodo, busca posiciones poco arriesgadas. De ser una estrella pasé a ser un jugador mediocre. La coca me fue mermando.
 
Cuando te estás rehabilitando te llega una oferta de Niza, la última oportunidad de tu carrera, y no te queda más remedio que rechazarla.
 
Le dije a mi entrenador del Barcelona que había jugado mal ese año, que le había fallado, porque era alcohólico y drogadicto, y que me iba a un centro. Él se sorprendió. Dijo que me iba a ayudar, pero de la forma que tenían ellos de hacerlo. Es decir, sacarme fuera de España por aquello del estigma, para no dar mala imagen. En Niza había un entrenador que llevaba toda la vida detrás de mí y me llegó su oferta cuando estaba en el centro. Todavía no era consciente de la magnitud de lo que tenía que hacer para recuperarme. Los médicos me dijeron que no podía jugar al waterpolo como mínimo en dos años. Tenía 34 años y dije: “Estoy acabado”. Ahí me di cuenta de que se había terminado mi carrera y que tenía una cosa más importante por delante, que era mi adicción. Pero durante un tiempo fantaseé, me di cuenta de lo que era la cabeza de una persona adicta. Los adictos cuando les quitan la droga y se están recuperando no hacen más que crear castillos en el aire. Te lo crees y te motivas. Al final, cuando toqué el suelo con los pies me pasé una semana llorando. No iba a poder conseguirlo porque tenía una enfermedad muy seria. Todo lo que tenía que ver con el waterpolo estaba muy asociado a mi personalidad adictiva. Si jugaba un partido y ganaba, mi cabeza me iba a pedir droga. Cuando lo entendí, descansé. También me vino una opción para ir a Supervivientes o La isla de los famosos. Estaban mis fotos metidas en una agencia y me querían ayudar. Pensé que iba a estar bien, sin tomar nada en una isla desierta, pero me dijeron que ni de coña: “Acuéstate”. Irme sería como interrumpir la quimio cuando tienes cáncer. Como la adicción no se ve, digamos, pues piensas que puedes hacer de todo. Si hubiese ido habría recaído.
 
Estiarte pagó tu rehabilitación.
 
Pagó más de 600 euros al mes durante dos años, incluso más. Luego dio la entrada de mi piso. Y se peleó en el consejo de deportistas que había en el Comité Olímpico para exdeportistas enfermos. Solicité una ayuda, me la denegaron y él entró y dijo: “¡A Toto se le da!”. Y me la dieron. Cuando se acabó la ayuda esta, Manel me pagó también la hipoteca de la casa de mi hija. Ha sido un auténtico amigo, siempre preocupado por mí. Para lo que necesitase, cualquier cosa.
 
Dejar el deporte es complicado para todos, aunque en tu caso fuese peor porque tuvieras un problema de adicción. Hay muchos testimonios, en todas las disciplinas, de deportistas a los que se les viene el mundo encima cuando se retiran.
 
Al acabar la carrera muchos jugadores han tenido problemas. Con las drogas, con el alcohol, con depresiones, porque el deporte en sí también lo podemos considerar como una droga. Piensa que con tu equipo has compartido, con toda esa gente, los mejores momentos de tu vida día tras día. Después de un partido vuelves a ese vestuario, ves las mismas caras. Compartes con ellos la tristeza, las fiestas, el desahogo, tus problemas personales. Tu vida está ahí. Estás viviendo siempre con los sentimientos a flor de piel, el deporte te hace eso. Cuando luego pasas a otro sector laboral ves que la gente no comparte tantas cosas. Vas a un trabajo, sale el problema de uno, de otro, pero en el vestuario lo sabes todo de todos. Luego el reconocimiento, que va a estar solo durante algún tiempo y algunos lo echan mucho de menos. Pero si te lo tomas bien, al final descansas. Yo tuve dos fases, la época de la fama con el deporte, y luego la de recuperación. De 2003 a 2008, que me puse a hacer lo de la televisión, para mí fueron años muy buenos, cinco años de anonimato puro y duro. Hasta que publiqué el libro a mí por la calle no me conocía nadie y esa sensación estuvo bien, ser una persona normal.
 
Un aterrizaje…
 
Un hostión contra el suelo, pero que sienta bien.
 
Jesús Rollán, cuyo objetivo en la vida era ser campeón olímpico, terminó regalando su medalla para una causa benéfica. Cuando le preguntaron qué precio le ponía para subastarla, dijo: ponédselo vosotros porque para mí su valor es incalculable.
 
Sí, yo también tenía que haber aparecido en ese telemaratón, pero me escapé a por tabaco y desaparecí tres días. Jesús sí, había nacido para ser campeón olímpico. El sueño de toda su vida era ser un gran deportista. Yo jugaba más al waterpolo porque me gustaba y me sentía bien, no tenía esa ambición, nunca había idolatrado a nadie del deporte. Cuando sufría tanto entrenando decía “No sé qué coño hago aquí, supongo que como no he sabido hacer otra cosa en la vida…”. Y Jesús también era muy espléndido. Era un poco Peter Pan, un niño grande.
 
Retirado y recuperado de tu adicción, te pones a ayudar a otros adictos. He leído una crítica sobre esto. Dice que es como si un conductor exkamikaze se pone a dar clases en la autoescuela. ¿Qué opinas?
 
Seguro que eso ha salido de
Energy
Control o las asociaciones de consumo de marihuana, para ellos soy el peor del mundo. Mira, la palabra exadicto no existe. Una persona es adicta toda la vida, lo que pasa es que deja de consumir y deja de tener los síntomas de un adicto en activo. Las personas que hablan así son las que están consumiendo, sean adictos o no. ¿Cómo puede una persona juzgar a otra cuando está consumiendo una droga ilegal? Yo enseño las consecuencias que puede tener el consumo, porque en mí las ha habido. No le digo a una persona que no fume, no lo hago nunca. Pero cuando hablamos de las consecuencias, de que lo que estás haciendo te puede sentar mal, te puede convertir en adicto, con mucha irascibilidad nos critican. Un cirujano, ¿por qué te opera? Porque sabe dónde tiene que cortar y conoce la medicina. Un adicto rehabilitado, ¿por qué puede ayudar? Conoce los procesos mentales que vas a pasar. Sabe cómo tu mente te va a intentar engañar para que vuelvas a consumir droga. Nosotros miramos a la droga de cara. Un adicto recuperado es capaz de hablar a otras personas que tienen ese problema con mucha más sabiduría que cualquier otra persona que haya leído todos los libros del mundo. Yo no te doy un tratamiento farmacológico porque no soy psiquiatra, pero de lo que vas a pasar durante el proceso de recuperación sí puedo hablarte. No soy un kamikaze, esas son palabras que vienen de la gente que consume para justificarse con un autoengaño.

En las últimas entrevistas que has dado coincides con unas opiniones que dejó Talan Dujsevayev en Jot Down. Dijo que en España los padres habían perdido el respeto de sus hijos y era por su propia culpa, que antes “el honor y el respeto eran valores por encima de otros en la sociedad”.
 
El respeto se ha perdido. Algunos padres no ponen normas y su comportamiento no es el más ejemplar. Tienden a la sobreprotección del hijo. Piensan que así le dan más cariño cuando a lo mejor lo que necesita un hijo es de vez en cuando tropezarse porque las cosas no son fáciles en esta vida. Hay que sacrificarse para conseguir cosas. Si un padre no educa a su hijo en eso, no está siendo un referente, no está siendo un tío a respetar. Para esto recomiendo un libro de José Antonio Marina, La recuperación de la autoridad.
 
¿En Hermano Mayor, cuál es la línea que separa el estar ayudando a alguien, o la faceta didáctica del programa, de convertirlo en un espectáculo o un entretenimiento?
 
Nosotros no somos un reality. Estamos en la franja del coach, aunque no sea coaching puro. Intentamos solo que los chavales vean, sin juzgarles, cómo se sienten las personas que reciben tu comportamiento. A mí, Hermano Mayor, más que un reality, me parece un programa de coaching porque consigue eso, que piensen diferente y actúen diferente. Es telerrealidad porque vivimos la realidad de una familia, sus conflictos, pero con el objetivo didáctico de dejar de comportarnos de esta manera. Ahora, antes de venir estaba llevando a una chica a un centro de adicciones y me decía: “Quiero hacer una regresión para olvidar todo mi pasado”. Y no, con tu pasado lo que tienes que hacer es aprender a vivir con él. Sin hacerte daño a través del alcohol u otras sustancias. Eso es lo que queremos enseñar.
 
Creo que la autoestima tiene mucho que ver en todos los problemas de adicciones. Y me pregunto si aparecer en un programa como este, mostrando tus problemas personales, familiares o íntimos a todo el país, no le afecta a la autoestima. No sé si el hecho de exhibir tu proceso de rehabilitación no es un obstáculo para la propia rehabilitación.
 
Adictos, lo que se dice adictos, hemos tenido dos nada más. Pero te voy a cambiar la forma de verlo. La falta de autoestima es un síntoma, o un comportamiento, o una actitud. No es un defecto. Si a mí esa actitud me está impidiendo llevar una vida normal, o todo lo contrario, me está haciendo llevar una vida que me pone en riesgo de exclusión social, qué más me da a mí si el resultado va a ser que yo supere mis miedos y consiga tener más autoestima para llevar una vida normal. No es contraproducente. Todo lo contrario.
 
No sé, si me está viendo toda España que tengo un desorden, o una adicción…
 
Soy alcohólico y publiqué un libro. La exposición que se hace de esta enfermedad, de una patología o un trastorno es para mejorar. Que más da que se entere la gente de que eres alcohólico o tienes un problema con tu madre, si ya lo saben, ya saben que la lías. Mucha gente piensa que se exponen, pero si ya les ve la gente que les rodea, ya saben que ese hijo tiene problemas en casa, o con la droga, que ha pegado un palo. Te expones solo a que te vean otras comunidades, pero es por un objetivo terapéutico. Sería contraproducente si me expongo y no hago todo lo que tengo que hacer para cambiar.
 
El sentido común me dice que un proceso de rehabilitación es algo que debe llevarse en la intimidad.
 
Depende de la persona. La persona elige. Yo he estado en centros terapéuticos donde hay personas que se han recuperado de su alcoholismo y no han comentado nada a su entorno, pero su entorno ya lo sabía. ¿Por qué la gente que tiene cáncer lo dice?
 
Lo dicen los que lo dicen.
 
Normalmente se dice. Porque pides ayuda. Hay asociaciones, familiares. Lo que pasa es que la adicción está más estigmatizada. Ojalá algún día esta enfermedad deje de estar tan señalada. No para llevarla con normalidad ¡Venga, qué bien que somos todos alcohólicos, vamos a beber! Sino para que la gente no sienta vergüenza de verse expuesta en público. Por eso escribí mi libro. Para decir que la adicción es una enfermedad, que aunque digan que hemos sido unos viciosos y nos hemos pasado y por eso hemos enfermado, no deja de ser una enfermedad que tiene recuperación. Además, tiene una recuperación que si la haces bien, tienes una vida cojonuda. Con tus problemas y tal, pero sin acabar borracho con la nariz rota todos los días de tu vida.
El problema es no reconocer el problema, como la chica esta, que si mi padre me pegaba, que si me han quitado un piso, ¿y eso qué? Eso te ha llevado a probar el alcohol, pero una vez que los has probado hay quien se convierte en alcohólico y quien no. Se dice que quien es alcohólico o cocainómano es porque se ha pasado. El único problema que tenemos los alcohólicos o los drogadictos es que hemos probado la droga. Lo demás son factores externos. A mucha gente le pega su padre y no se vuelve adicto. Al final el único culpable de que uno se vuelva adicto es la droga.
 
¿Hay seguimiento de los casos que se tratan en el programa? Veo que ha habido alguna recaída.
 
Sí, los especialistas de la zona, la psicóloga o yo mismo nos mantenemos en contacto. Dejamos pautas a los padres, a los chavales. Los que han vuelto a las andadas son los que menos dependían de nosotros. Cuando a un adicto lo metemos en un centro, le paso el testigo a esos terapeutas, el seguimiento es cosa suya. Pero en la mayoría de los casos, que son trastornos de conducta o comportamiento, se mantienen muy bien. A los que necesitan seguimiento les hacemos un curriculum, a ver dónde los podemos ubicar… Quizá los casos más graves, que para mí no son de recuperarlos del todo en el tiempo que dura el programa, son los que luego han dado problemas, pero son dos o tres, no más. Uno, que además tenía problemas con la novia, que no lo pudimos tratar y fue denunciado por violencia de género. Y otro que le metimos en un centro y se escapó. Cuando en la tele vemos que les podemos ayudar solo hasta un punto lo dejamos en manos de expertos. Pero muchas veces los padres no nos hacen caso. Llevamos 100 familias y tendremos a unos 90 bien, bien. Algunos han tenido hijos… son cuatro años lo que llevamos ya con esto. No les dejamos de la mano de Dios.
 
Pedro García Aguado para Jot Down 7
Fotografía: Guadalupe de la Vallina
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Aigua, infern, cel
 
Freedom’s Fury – A documentary on the 1956 Olympic semifinal water polo match between Hungary and CCCP Held in Australia

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